Texto: David Sanchez
arsaediciones Gracias David Sanchez por ayudar a volar con tus palabras a una simple polilla.
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Siete.
Tantas
noches sin dormir
porque
no te conformabas
con
soñar las estrellas.
Porque
el amor sucede en las alas
y
no tanto en el espacio
batiste
el polvo de las sombras
hasta
habitar la luz
sencilla de las luciérnagas |
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Ocho.
Fue
una explosión de silencios,
fue
el reventar del verbo para reinventarse
con
la tinta pidiendo materia blanca
y
nueva. Así empezó la poesía,
como
toda vida empieza,
con
un golpe seco y un temblor.
Desnuda.
Navegaste
tan
serena en el caos expansivo
de
una constelación callada,
significando
lo
que aún no tenía sentido
ni
lo pretendía,
como
quien sabe su final e ignora
deliberadamente
el
acrobático vuelo de la duda. |
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Nueve.
Detrás
de las estrellas, la conciencia reside
donde
nadie predijo el tiempo, primavera
en
coordenadas desconocidas, parece invierno
en
los confines de tu espalda. Parece
el
roce mismo del vacío, mi semblanza
que
consigue liberarse de mí y habita
el
lado oscuro del jardín, que no es más triste
que
la luz forzada.
Y
pienso y digo y callo los fonemas
de
la frase rota que me argumenta el cuerpo.
Allí
se puede
crear
la poesía que no necesita palabras,
la
vida sin la estructura de las horas, los verbos
que
no llaman a la acción y no duelen
ni
el amor ni el porvenir cuando suena
la
música en la música de los astros.
Allí
las manos se precisan menos y leves.
Allí
muere
la
gravedad de la culpa y sus fantasmas.
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Diez.
Suceden,
cuando te acercas, las cosas con las que la felicidad se crece y se dignifica. La
delicia de los gestos distraídos, el pan, el presente, la sonrisa y la ofrenda
de las flores que no se dejaron arrancar. Cuando te acercas suceden las alas
del insecto más humilde, dos como los ojos que miran sin estridencias y no se
atienen a los dictados de la belleza que se dice en los paneles de la
perfección, en las orgías de la abundancia. Suceden las pestañas, la mesa, el
agua y las estrellas en una pradera nocturna, sucede el aire necesario cuando
te acercas. El arte, el vino, el vuelo, fundido a negro. Sucede el beso cuando
me alejo.
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Once.
Apuntes. Nunca supe
dibujar los mapas
si no era con plantillas
troqueladas,
tampoco las nubes
ni el complejo azul del cielo.
Un pésimo dibujante
fascinado en los perfectos
dibujos de los naturalistas,
el gesto
preciso del animal en caza,
del animal durmiente,
del animal amando,
del animal,
de la flor, del insecto,
el grafito trazando la vida,
el grafito bruñendo la sangre
negra de la muerte
en las fauces vencedoras
de la lucha.
Por eso amé la sencillez oscura
de la noche.
La noche triste en el hambre
de los lobos, la noche alegre
de los grillos y el encuentro
de todas las voces que susurran
en la piel estremecida
por la piel.
Nunca supe dibujar los mapas,
mis apuntes pretendían
el espacio negro y suspendido
de las horas
en que los naturalistas
trabajan a oscuras esbozando
lepidópteros en sus cuadernos,
perfecta mariposa de la noche
que me sube y me rebasa
por el muro del lenguaje
buscando
la incierta luz de los adentros.
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