12 mayo 2017

Constelaciones...


Texto: David Sanchez arsaediciones
 Gracias David Sanchez por ayudar a volar con tus palabras a una simple polilla.


Siete.
Tantas noches sin dormir
porque no te conformabas
con soñar las estrellas.
Porque el amor sucede en las alas
y no tanto en el espacio
batiste el polvo de las sombras
hasta habitar la luz
sencilla de las luciérnagas

Ocho.
Fue una explosión de silencios,
fue el reventar del verbo para reinventarse
con la tinta pidiendo materia blanca
y nueva. Así empezó la poesía,
como toda vida empieza,
con un golpe seco y un temblor.
Desnuda. Navegaste
tan serena en el caos expansivo
de una constelación callada,
significando
lo que aún no tenía sentido
ni lo pretendía,
como quien sabe su final e ignora
deliberadamente
el acrobático vuelo de la duda.
Nueve.

Detrás de las estrellas, la conciencia reside
donde nadie predijo el tiempo, primavera
en coordenadas desconocidas, parece invierno
en los confines de tu espalda. Parece
el roce mismo del vacío, mi semblanza
que consigue liberarse de mí y habita
el lado oscuro del jardín, que no es más triste
que la luz forzada.
Y pienso y digo y callo los fonemas
de la frase rota que me argumenta el cuerpo.
Allí se puede
crear la poesía que no necesita palabras,
la vida sin la estructura de las horas, los verbos
que no llaman a la acción y no duelen
ni el amor ni el porvenir cuando suena
la música en la música de los astros.
Allí las manos se precisan menos y leves.
Allí muere
la gravedad de la culpa y sus fantasmas.



Diez. 
Suceden, cuando te acercas, las cosas con las que la felicidad se crece y se dignifica. La delicia de los gestos distraídos, el pan, el presente, la sonrisa y la ofrenda de las flores que no se dejaron arrancar. Cuando te acercas suceden las alas del insecto más humilde, dos como los ojos que miran sin estridencias y no se atienen a los dictados de la belleza que se dice en los paneles de la perfección, en las orgías de la abundancia. Suceden las pestañas, la mesa, el agua y las estrellas en una pradera nocturna, sucede el aire necesario cuando te acercas. El arte, el vino, el vuelo, fundido a negro. Sucede el beso cuando me alejo.

Once.

Apuntes. Nunca supe
dibujar los mapas
si no era con plantillas
troqueladas,
tampoco las nubes
ni el complejo azul del cielo.
Un pésimo dibujante
fascinado en los perfectos
dibujos de los naturalistas,
el gesto
preciso del animal en caza,
del animal durmiente,
del animal amando,
del animal,
de la flor, del insecto,
el grafito trazando la vida,
el grafito bruñendo la sangre
negra de la muerte
en las fauces vencedoras
de la lucha.
Por eso amé la sencillez oscura
de la noche.
La noche triste en el hambre
de los lobos, la noche alegre
de los grillos y el encuentro
de todas las voces que susurran
en la piel estremecida
por la piel.
Nunca supe dibujar los mapas,
mis apuntes pretendían
el espacio negro y suspendido
de las horas
en que los naturalistas
trabajan a oscuras esbozando
lepidópteros en sus cuadernos,
perfecta mariposa de la noche
que me sube y me rebasa
por el muro del lenguaje
buscando
la incierta luz de los adentros.