31 mayo 2017

Ahora soy yo.

                                                     

  

Textos de: David Sanchez. arsaediciones
Un millón de gracias David Sanchez por aceptar mi propuesta de ponerle voz a mis fotos.
Uno. 
Ahora soy yo quien domina los espacios, quien define
los encuadres. Quien tiene las alas
nacidas desde el vientre,
quien habita las pupilas de lo que te mira
en una fotografía.
Soy la leve pradera que ignorarías,
la geografía de un continente que oculta
cada uno de sus accidentes,
quien plantó flores y pervive
por todas las heridas.



Dos.

Procuro los espacios para dejar que anide
el silencio y vaya
creciéndome por dentro.
Un resumen de mi infancia.
Tampoco entenderías la belleza
que me guardé en los huecos
donde nunca llegaba
la luz.
De las sombras nacieron jardines
con flores tan blancas como la nada
y aun así tienen su centro preñado
de partículas de dolor tan finas…
Si pudieras verme sonreír en primavera
comprenderías mis caricias.

Tres.
Te hablaré de la fuerza como un opuesto,
como la violencia carnal que profesa el beso,
como un fluir que desarraiga
para buscar un centro que tal vez no exista.
En mí abrevaron bestias, sentí
la viscosidad de los peces
escapándose del sueño
y estuve tan cerca de seguir su estela
que casi vislumbré el desove
de todas las ausencias
que un día engendré. Ya sólo siento
raíces sujetándome los brazos,
un aprecio extraño a todas las formas
de silencio,
entregarme a la belleza sin resistencia
justo allí donde nadie mira.



Cuatro.
Tal vez a oscuras no reconozcas
la descomposición factorial de mi cuerpo,
matemática pura dibujada
en un encerado antiguo. Yo alborotaba
los vectores, esas flechas que no entendía.
Sólo dibujaba flores
con un número primo de pétalos
para arrancar la duda a los idiotas que buscaban
la ciencia exacta de la tierra firme.
Después aprendí a multiplicarme por la piel
que ofrecí a los lodos del arroyo,
a dividirme en el caudal de mis secretos.
No habrás visto manos tan suaves y entregadas
ni un hundimiento tan sereno. 

Cinco (susurro posible de la cámara a Pilar).
Imagina que la belleza fuera algo finito,
que hubiera que racionarla como cuando el hambre
mordía la escasez y las entrañas de una posguerra
nacida de la sangre. Que pudieras contarla
con los dedos de las manos. Qué no harías
por llevártela a la boca y con tanto cuidado
para que perdurara el sabor y el alimento
por el estómago y los sentidos. Qué no harías
por lucharla hasta el último suspiro,
hasta el beso de la carne. Imagina
y dime si no lamerías gota a gota las aguas,
uno a uno los pétalos de las flores escasas.
Dime si no amarías cada instante
hasta el final y las lágrimas.
Come. Mastica esa languidez en mi cuerpo
hasta que puedas sentir esencial y ahíta
la nada.


Seis.
Del cuerpo tendido se extraen las mejores
lecciones de anatomía. Por la distensión de músculos
y tejidos para el cirujano, por el gesto
de entrega absoluta el pintor derrama el óleo
por las manos. Materia inerte y tangible para el tacto
del escultor. Espacio primario
para los amantes. Pocos saben
que el cuerpo tendido busca el movimiento
de las corrientes subcutáneas de la sangre,
pura inercia hacia el futuro, la calma perfecta
de los libros cerrados y los retratos vueltos
en el salón de la memoria, la boca insaciable
que busca tranquila los labios de la deriva.


12 mayo 2017

Constelaciones...


Texto: David Sanchez arsaediciones
 Gracias David Sanchez por ayudar a volar con tus palabras a una simple polilla.


Siete.
Tantas noches sin dormir
porque no te conformabas
con soñar las estrellas.
Porque el amor sucede en las alas
y no tanto en el espacio
batiste el polvo de las sombras
hasta habitar la luz
sencilla de las luciérnagas

Ocho.
Fue una explosión de silencios,
fue el reventar del verbo para reinventarse
con la tinta pidiendo materia blanca
y nueva. Así empezó la poesía,
como toda vida empieza,
con un golpe seco y un temblor.
Desnuda. Navegaste
tan serena en el caos expansivo
de una constelación callada,
significando
lo que aún no tenía sentido
ni lo pretendía,
como quien sabe su final e ignora
deliberadamente
el acrobático vuelo de la duda.
Nueve.

Detrás de las estrellas, la conciencia reside
donde nadie predijo el tiempo, primavera
en coordenadas desconocidas, parece invierno
en los confines de tu espalda. Parece
el roce mismo del vacío, mi semblanza
que consigue liberarse de mí y habita
el lado oscuro del jardín, que no es más triste
que la luz forzada.
Y pienso y digo y callo los fonemas
de la frase rota que me argumenta el cuerpo.
Allí se puede
crear la poesía que no necesita palabras,
la vida sin la estructura de las horas, los verbos
que no llaman a la acción y no duelen
ni el amor ni el porvenir cuando suena
la música en la música de los astros.
Allí las manos se precisan menos y leves.
Allí muere
la gravedad de la culpa y sus fantasmas.



Diez. 
Suceden, cuando te acercas, las cosas con las que la felicidad se crece y se dignifica. La delicia de los gestos distraídos, el pan, el presente, la sonrisa y la ofrenda de las flores que no se dejaron arrancar. Cuando te acercas suceden las alas del insecto más humilde, dos como los ojos que miran sin estridencias y no se atienen a los dictados de la belleza que se dice en los paneles de la perfección, en las orgías de la abundancia. Suceden las pestañas, la mesa, el agua y las estrellas en una pradera nocturna, sucede el aire necesario cuando te acercas. El arte, el vino, el vuelo, fundido a negro. Sucede el beso cuando me alejo.

Once.

Apuntes. Nunca supe
dibujar los mapas
si no era con plantillas
troqueladas,
tampoco las nubes
ni el complejo azul del cielo.
Un pésimo dibujante
fascinado en los perfectos
dibujos de los naturalistas,
el gesto
preciso del animal en caza,
del animal durmiente,
del animal amando,
del animal,
de la flor, del insecto,
el grafito trazando la vida,
el grafito bruñendo la sangre
negra de la muerte
en las fauces vencedoras
de la lucha.
Por eso amé la sencillez oscura
de la noche.
La noche triste en el hambre
de los lobos, la noche alegre
de los grillos y el encuentro
de todas las voces que susurran
en la piel estremecida
por la piel.
Nunca supe dibujar los mapas,
mis apuntes pretendían
el espacio negro y suspendido
de las horas
en que los naturalistas
trabajan a oscuras esbozando
lepidópteros en sus cuadernos,
perfecta mariposa de la noche
que me sube y me rebasa
por el muro del lenguaje
buscando
la incierta luz de los adentros.